III: ¿Por qué no me dan el protagónico?
¿Qué pasa Buenos Aires? Feliz orgullo, feliz navidad trolo, feliz pinkwashing para todas.
PLAYLIST DEL VOLUMEN III:
En esta ocasión me encantaría no solo que la escuchen, si no que también busquen las letras. (Por lo menos de Teen Idle, Starring Role y Brooklyn Baby) Les diría que solo por hoy es bibliografía obligatoria, pero no quiero ser tan gede. Hay dos canciones de Lana y dos de Marina, ya se, ultra pesada. Pero bueno… fueron años dif´íciles.
También en este volumen va a haber más de una foto, porque hicimos una producción especial para la entrega con mi amiga Cami Saggio (@camisaggio en instagram) y quiero usar todas las que se puedan. Y ustedes quieren verlas.
Me parece que es algo que voy a instalar de ahora en más, así que fotográfxs: mis DMs están abiertos
Sin más, vamos a lo que nos compete…
Que entusiasmo pensar que tal vez están leyendo esto mientras ultiman detalles del truque, o abastecen el botiquín portátil de aditivos, o se bidetean profundo. Hoy va a ser mi primera marcha como hembra humana y probablemente vaya a faltarme una gran cuota de homoerotismo y promiscuidad. Ojalá me sorprenda y no sea así, pero una ya ha abandonado casi toda esperanza. Por eso en esta entrega y, aprovechando la fecha, quiero despedirme de esa fabulosa era de mi vida que me gusta llamar “Los Años Trolos”.
La primera mitad de la segunda década de mi vida se trató de descubrir el maravilloso mundo de la homosexualidad. Me la pasé culeando a troche y moche por toda la ciudad y con eso me refiero a Recoleta Palermo Belgrano Villa Crespo Colegiales y alguito de Almagro. Que es todo lo que un trolo hegemónico de clase media necesita de la ciudad cuando tiene veintiuno.
Si naciste en los 90 y creciste, como yo, en una ciudad chica de tradiciones más bien católicas apostólicas romanas y mataputos, el descubrimiento de tu sexualidad cuando te mudás a Buenos Aires desemboca inevitablemente en una adolescencia tardía. Hay una urgencia por recuperar el tiempo perdido. “Desearía haber sido una Prom Queen peleando el título”, gracias Marina.
Siempre digo que en el 2014 la Plop era la secundaria de los trolos y sí estuviste ahí sabés que tengo razón. Ese mismo año salió Ultraviolence y también empecé a fumar puchito de día estando completamente sobria. Por lo tanto mi personaje en el complejo entramado social de la prepa era “Aspirante a Effy Stonem atrasada en un par de materias”.
(Supongo que a esta altura no sorprende a nadie esta tendencia mía a basar mi personalidad en algún personaje ficticio o alguna era de una estrella pop. Por algo estamos acá… ¿No?)
En ese entonces estaba recién llegadita de Junín, quería ser actor y vivía en Arenales y Pueyrredón. Sí, así de trolo. Tan trolo que cuando me enteré de que a la vuelta de mi casa quedaba la esquina de levante gay más legendaria de la ciudad sentí pánico y excitación a la vez. Fue la primera vez que experimenté la sensación de patadita. Eso que te agarra el pecho cuando algo te entusiasma muchísimo o te preocupa demasiado. Delicioso.
Y entonces conocí mi primera adicción: salir a la calle en horarios desiertos buscando coger con desconocidos.
Por tres o cuatro años lo único que tuve qué hacer para sentirme un poco viva fue abrir grindr, o salir a dar una vueltita sin celular ni billetera por mi barrio a las tres o cuatro am. Según mi teoría, sí no tenía nada nadie me iba a hacer nada. Supongo que eso es ser varón y cheto, lo único que te da miedo es la amenaza de lo que te puedan hacer para sacarte lo que tenés en términos materiales.
El camino tenía sus variaciones pero por lo general consistía en bajar por Ecuador, cruzar Santa Fe y desfilarle a algún duro que salía de KM Zero, seguir en el mismo sentido que los autos hasta Uriburu, doblar y hacer un rato de puerta en Zoom (alguna que otra vez entrar), después agarrar Charcas, Junín (je), y volver por la otra vereda de Santa Fe.
Durante esos años cogí muchísimo, mucho más de lo que cualquier persona heterosexual coge en toda su vida. Cogí mucho más de lo que necesitaba, o de lo que quería. Cogí en la calle, en autos, en estacionamientos, en terrazas, en negocios cerrados con las persianas bajas, en negocios abiertos adentro del vestidor. Cogí de a dos, de a tres, de a cuatro, de a 14. Cogí con tantos que a la mayoría de ellos sí me los cruzo hoy en día no los reconozco. Literalmente. Puedo pasar por al lado de alguien que me comió el orto hace seis años y ni enterarme.
En los Años Trolos nunca tuve novio y es fuerte pensar que fui puto sin experimentar qué se siente sostener un vínculo con otro varón. Hay un capítulo de Euphoria en el que Jules, una adolescente trans, deja los suburbios y viaja a la ciudad. En un momento hablando sobre lo rara que es su relación con los hombres dice “En mi cabeza, sí puedo conquistar hombres puedo conquistar la feminidad”. La primera vez que vi ese episodio algo de lo que pasó en aquel tiempo de mi vida cobró otro sentido para mi. ¿Puede que yo también en esos años estuviera buscando “sentirme mujer” en los brazos de algún hombre? ¿O de todos?
Tal vez sin darme cuenta estaba inventando a esa que quería ser usando lo que tenía a mano (un smartphone, un par de apps y un culo hermoso). Conocí todos los edificios que pude, me enredé en sábanas limpias, sucias, en colchones pelados, y disfrazada de gata en celo me trepé al techo más alto a cantarle a Buenos Aires mi tango millenial pidiéndole a cambio que nada más me deje ser su amante reventada y problemática.
Ahora empiezo a sospechar que cada vez que estuve cerca de enamorarme en ese entonces lo estaba haciendo de ese sentimiento, y tal vez eso hizo que fuera difícil para otro enamorarse de mi. Yo en realidad me estaba enamorando de mi misma.
El primer hombre que me rompió el corazón no tuvo que hacer nada más que existir. De hecho creo que nunca se enteró la mayor parte de lo que pasó entre nosotros.
Fue en diciembre del 2015, yo tenía 21 y él 36. En términos de desarrollo del personaje la diferencia de edad me venía al pelo. Más teniendo en cuenta que en la distancia de diez cuadras de mi casa a la suya en nuestra primera cita (un domingo 5 am) escuché tres veces Brooklyn Baby. Fue una de esas madrugadas de yire. Ya estaba volviendo a dormir sin pena ni gloria y Él, con quien veníamos hablando hace un tiempo, me escribió invitándome a conocernos las miserias.
Era hermoso, no mucho más alto que yo pero lo suficiente. Tenía una piel increíble, incluso parecía bastante más joven (esto era tal vez lo único que no me gustaba de Él). En los tempranos 2000 se había dedicado al modelaje y cuando yo lo conocí era artista plástico. Es decir, era un cheto wannabe divino, que vivía en el departamento más hermoso en la zona más horrible, vacacionaba en José Ignacio y tomaba falopa con la gente más cool de la ciudad
En un período de aproximadamente seis meses nos vimos en cinco ocasiones. Suficiente para que yo en mi cabeza construya algo completamente corrido de lo que sucedía en la realidad. Cogíamos increíble y por lo general después de eso íbamos a comer, costumbre fundamental para que yo justifique mi obsesión. ¿Por qué me llevas a comer DESPUES de coger? ¿Me amás? Definitivamente me amás. Acá se está construyendo algo.
Nunca vino a mi casa, tampoco lo invité jamás porque me daba vergüenza, pero a él claramente no le interesaba venir. Siempre yo a la suya y solo me dejó quedarme a dormir una vez, la última. Después de coger (riquísimo como siempre) nos quedamos uno en cada punta de su cama king size de sábanas blancas hechas de vaya a saber una cuántos hilos. Un tiempo después entendí que ahí había aprendido algo fundamental: dormir sin otro cuerpo cerca no es la única manera de dormir sola y, de todas las formas que tiene la soledad, no compartir la cama es la menos incómoda. Cuando nos despertamos intenté abrazarlo y él dijo “esa jorobita” refiriéndose a mi espalda. El muy hijo de puta encontró el único aspecto físico que en ese entonces podía conflictuarme y me lo señaló como quien dice buen día.
Hacía mucho eso de decirme algo horrible con la ternura de un piropo bien puesto. Esa mañana también me dijo que no había logrado dormir en toda la noche por culpa de lo mucho que yo me había movido y los ruidos qué hacía. Que por eso no le gustaba que duerma gente en su casa. Después de eso me preparó el desayuno, mientras metía un polvo adentro de un exprimido de naranja me dijo “para que dejes el pucho”. Desayunamos mirando un libro de fotos de Terry Richardson, me acompañó a la puerta, nos despedimos y me fui caminando a casa fumando un Marlboro Gold.
Imagínense que sí salir a comer significaba amor, entonces toda la secuencia anterior correspondía claramente a un vínculo. Al día siguiente le escribí y le dije que me gustaría verlo porque quería hacerle una pregunta. La verdad no me acuerdo cuál, tal vez “¿Qué onda esto?” o “¿Qué está pasando acá?” o alguna de esas que decimos cuando nos da miedo estar gustando de alguien. Probablemente no existía tal pregunta, o no se la hubiese podido hacer. Nunca lo vamos a saber porque nunca respondió y nunca más nos vimos.
Toda la situación se había convertido en algo tan idealizado de manera unilateral que empecé a sospechar que Él no existía y me lo había inventado. Es decir por supuesto que era una persona real, con su vida y sus cosas, pero nunca nos habíamos conocido. Yo no conocía a sus amigos ni él a los míos. Nadie nos había visto nunca, existíamos juntos solo cuando estábamos a solas. Éramos solamente dos los testigos: Èl y yo. Y por lo general confío en cualquier declaración excepto en la mía.
Desde entonces, cada vez que estaba con amigos en algún lugar público esperaba encontrármelo para que nos saludemos y confirmar que él sabía quién era yo. Que tal vez no había pasado todo lo que yo creía pero que por lo menos algo había pasado. Que algo justificada estaba mi fantasía. Y después de eso lo de verdad problemático: empezar a buscar excusas para pasar caminando cerca de su casa. En cualquier horario o estado, por la esquina o a un par de cuadras. Incluso una vez volviendo de una joda con mis amigas N y S, me escapé llorando y corriendo del subte tres estaciones antes para buscarlo.
Ayer leí un tweet de alguien que decía algo tipo “Las chicas lindas no nos enamoramos. Nos obsesionamos y eventualmente se nos pasa.” Eso es lo bueno de que las cosas sucedan solamente en tu cabeza, que tarde o temprano se pasan sin que te des cuenta. No se en qué momento dejé de pensar en Él, o de pasar por su casa, o de buscarlo en la calle, pero pasó. De hecho unos meses después de verlo por última vez vi en su instagram que se había casado y ni siquiera me dolió. Me acuerdo de cagarme de risa sola en mi casa, con ruido y por cinco minutos por lo distintas que eran nuestras pelis. Él había tenido el protagónico en mi drama adolescente y yo fui el bolo calificado de su última aventura de romcom, antes del final con boda en la playa.
Me gustaría contarles sobre el otro chico que me rompió el corazón en los Años Trolo, pero creo que esa historia merece un volumen aparte, o dos, o miles. Tampoco esperen la gran cosa, también se trata de mi intentando exprimir una piedra. Pero es lo más cercano a una historia de amor que tengo para contarles, por ahora.
Nunca tuve novio, no es algo que se me haya dado. Tuve novias en la adolescencia. Y estuve enamorada. De ellas y de otros. Nunca tuve novio pero no es solamente eso. Nunca le dije a nadie “me gustás”, ni “dame un beso”. Por lo menos no antes de que la otra persona lo haya dicho. Nunca tuve anécdotas de romance increíbles que compartir en una ronda, ni problemas de pareja que me tengan doblada en llanto. No tengo nada de qué hablar.
Solo puedo contar sobre mis aventuras en los Años Trolos. De las madrugadas eternas con mi amiga la reina del Trash, hablando con desconocidos en el patio de la Jolie. Del delineador corrido, de todos los chicos que me rompieron el corazón y nunca se enteraron. De Courtney, Marina y Lana.
Y quiero hablar de esos años porque los extraño. Extraño la adrenalina y el poco riesgo que (creía yo) suponía exponerse. Extraño conocer todo tipo de cuerpos y manos y besos. Extraño salir de casa sin saber con qué me voy a encontrar y extraño volver con el olor de la culpa de alguien más. Porque convengamos que últimamente siempre la misma gente, las mismas manos, las mismas culpas y ningún beso.
Ahora, que ya no ando sin billetera ni celular en la calle, ni espero un bondi tarde, ni voy sola a la casa de un desconocido, espero tener otras cosas de las que hablar. Espero que alguien me rompa el corazón y poder decírselo. Espero también se quede conmigo mientras busco cómo arreglarlo.
DonnaTefa
Y colaboren que ser linda es caro, mi alias de mercadopago es:
la.novia.de.tu.papa
Agradecimientos especiales:
A Cami Saggio, de nuevo, pero es que las fotos son realmente increíbles. De hecho abajo les voy a dejar algunas más. La felicitan en @camisaggio.
A Valentina Brishantina (@nosoyvalentinabrishantina) que, además de prestarme la ropa soñada, hace tres años en la marcha me regaló un jazmin y desde entonces se convirtió en mi madre mostra. Gracias amiga por adoptarme y heredarme tanta fantasía.