IV: ¿Por qué no me fajás en vez de lastimarme? (Parte 1)
¿Qué pasa Buenos Aires? Me permito cambiar la rutina y escribirles entre semana porque no puedo parar de pensar en ustedes y no puedo esperar al finde.
PLAYLIST DEL VOLUMEN IV:
Es mi favorita hasta ahora, no quiero obligarlos a escuchar pero se los recomiendo fuertemente.
Las fotos de esta edición las sacó @leanvazquez, que entendió perfecto el flash y armó toda la fantasía necesaria. Gracias bebito. Vayan a seguirlo.
El varón que me acompaña es @haich_zero, por si alguno queda con ganas de acostarse en su pechito.
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El alias es: la.novia.de.tu.papa
Todo lo que junto ahí me lo gasto buscando aventuras sobre las que escribir.
Esta entrega bien podría ser una continuación de la anterior, o un paréntesis que necesito abrir después de revolver mi cementerio de varones.
Primero que nada quiero decirles que estoy realmente muy emocionada con todo lo que está pasando con el newsletter. Esta sí que no me la vi venir. A diferencia del resto de mis intentos de vínculos sexofallidos, éste no tuve que forzarlo casi nada, ni quedó solo en mi cabeza sin que la otra parte estuviera enterada de nuestra historia. Lo sé porque cada vez es más la gente que se me acerca a decirme algo, incluso muchísima gente que no conozco. Mis tres preferidas por ahora fueron:
Una chica muy puesta en una fiesta que me dijo que me sentía una amiga, nos abrazamos y lloramos un poquito.
Una marica fabulosa en la marcha que me contó que la noche anterior le había leído el volumen III a su chongo. Te amo, ojalá sigas viéndolo.
Un chico precioso que en otra fiesta me dijo “me encantan tus columnas”. Si estás leyendo esto, no temas en escribirme ;)
Me encanta también que se acerquen en fiestas, después de todo la mayoría de lo que se cuenta acá se charla a los gritos para sobreponerse a la música y se escribe estando sola en la cocina protegiéndome del malflash. Incluso una amiga leyó el volumen II en voz alta en un after del que yo acababa de irme para publicarlo a primera hora del domingo.
Gracias amiga, gracias a todas.
También quisiera recordarles en esta oportunidad que no necesariamente lo que escribo acá son puras verdades. Pero tampoco me voy a hacer la boluda y decirles que nada de todo esto pasó. Por supuesto qué hay alguna parte de mí. Pero también hay otra que aparece acá que es alguien que me invento. Ya sea para cuidarme a mi en mi vínculo con la realidad y con los otros, o para inventar una especie de personaje que es quien me hubiera gustado ser en determinadas situaciones. Para hacerla más fácil: hagamos de cuenta que la que está acá es Hannah, yo soy Miley y ustedes tienen lo mejor de ambos mundos.
Ahora sí, después de este momento masturbatorio, ególatra y de crisis identitaria, vamos a lo nuestro.
Parece que con motivo de todo lo que conté acá la última vez, estuve revolviendo de más en ciertos asuntos de mi pasado y hay que tener cuidado con los fantasmas a los que una invoca porque se aparecen. Para mí todos los hombres que quise son eso: fantasmas. No porque estén muertos o los haya enterrado en vida, si no porque su manera de evidenciarse ante mí fue siempre del orden de la aparición terrorífica, incluso después de terminar nuestro vínculo.
La cosa es que después de prometer que iba a contar sobre el otro chico que me rompió el corazón, se me estuvo apareciendo demasiado. A tal nivel que soñé que todos mis amigos ahora eran amigos suyos y ya no me querían y la tarde siguiente me lo crucé en la calle después de años sin verlo. Entonces escribo porque está siendo difícil pensar en otra cosa. Esta es la entrega que tal vez más me costó escribir, porque hay mucho que perdí en el camino, ya sea porque lo olvidé o porque elegí no recordarlo.
Parece correcto cerrar el recuerdo de los Años Trolos con la historia del último chico al que quise en esa etapa. Probablemente al que más quise, y con el que más querida me sentí. Verán para el final de esta edición que esto demuestra que fueron años muy faltos de cariño.
Me voy a referir a este muchacho como “El Carpintero” porque, aunque no trabajaba exactamente con maderas, construía cosas y tenía siempre las manos lastimadas o manchadas con pintura. Pertenecía a la especie de varón que siempre tiene una excusa para estar en cuero, lo cual es ridículo sobre todo porque agraciar el mundo con ese torso desnudo es suficiente, no se necesitan más motivos. Éramos parte de un mismo grupo de amigos, que para ese entonces era bastante nuevo y compartíamos entre todos ese estado de luna de miel que tiene cualquier vínculo de cualquier tipo apenas arranca.
Cuando empezó todo nos conocíamos hacía aproximadamente un año y hasta entonces no habíamos experimentado demasiada intimidad. Nunca hubiésemos sido grandes amigos y eso es lo único que me relaja de lo mal que terminó todo. En términos generales no perdí demasiado. Él perdió mucho más.
Sí en la era anterior elegí canalizar a Effy Stonem, en esta fui Hannah Horvath y él Adam Sackler. De hecho nuestras primeras citas (que yo no sabía que eran citas) fueron juntarnos a ver Girls. Digo que yo no sabía porque de un momento a otro, sin haber sido antes muy cercanos, él empezó a buscar excusas para venir a dormir a mi casa. En ese entonces yo vivía en el límite entre Caballito y Parque Chacabuco. Una zona hermosa a la que recuerdo con mucho cariño pero que no se caracteriza por ser el lugar más accesible de la ciudad. Mucho menos si tomamos en consideración que él vivía en el corazón de Colegiales. Aún así siempre terminaba durmiendo en mi casa. Salíamos a bailar por el centro y él dormía en casa, nos juntábamos a drogarnos y querernos con nuestros amigos en Belgrano y él dormía en casa, íbamos a una pileta en Vicente Lopez y él dormía en casa. El Carpintero por meses, constantemente en cuero en mi casa, durmiendo en mi cama.
Y yo nunca me dí cuenta de nada, por supuesto que en algún lugar deseaba que algo pasara pero sinceramente no lo creía posible. De todas maneras, nunca nada. Ni siquiera un roce accidental cuando uno se acomoda de manera brusca en la cama y el otro está desvelado y sin querer se encuentran por un segundo en ese estado somnoliento. Ni un abracito de amigos al despertar. Dormíamos juntos sin rozarnos. Después de esto se transformó en una constante en mi vida estar en la misma cama que un varón que me gusta y nunca tocarnos. Sin importar el tamaño, sea una cama enorme, un sillón o una bolsa de dormir. Dormí con todos los chicos que me gustaron sin ni siquiera tocarnos los pies por lo menos una vez.
Queridos Varones: por favor sean más obvios conmigo, no soy buena entendiendo los vicios y jugarretas del tiroteo y no quiero empezar a pensar que cualquier varón que sea copado quiere coger conmigo, háganme la gauchada.
Esos fueron los cimientos del vínculo y por supuesto que iba a terminar mal. Nada bueno puede surgir cuando hace falta tanto para que las cosas arranquen. Por supuesto que El Carpintero nunca había estado con un chico, solo una vez en un trío y porque quería coger con la piba.
Después de tanto no decir ni hacer, sucedió. Era mi segunda vez consumiendo éxtasis, la primera había sido con él también, y muchas de las que siguieron. Por mucho tiempo, estar puesta estuvo muy vinculada a él. Incluso hoy en día a veces cuando estoy en algún estado símilar lo busco sin darme cuenta. Era la noche de la marcha del orgullo del 2018, habíamos salido a bailar con un grupo de amigos y cuando me agarró a la salida del baño me dijo “Tefi me das un beso?” Me gustaba mucho que me dijera Tefi, tal vez por lo mismo que me gustaba mucho él, porque me hacía sentir alguien que en ese entonces no sabía quién era pero me caía bien. No sabía quién era, pero me gustaba ser “Tefi”. Me gustaba cuando él decía “Tefi” porque su voz sonaba distinta al resto del tiempo que pasaba hablando, más suave, sin peso. Y me gustaba también cómo ponía la boca para decirlo. Me gustaba poder olvidarme de ser. Podía pensar quién era en otro momento, mientras estaba con él era “Tefi”. Y eso me gustaba. Supongo que estaba pensando en todo eso porque me quedé paralizada y no pude responderle nada en seguida. Entonces El Carpintero empezó a hablar y a explicarse pero tampoco escuché lo que me decía y lo bese.Y ese beso… foa. En la experiencia extrañísima que es estar viva debe haber pocas cosas más lindas de sentir que besarte con alguien que te gusta mucho y que besa muy bien estando del orto. Sí todo lo que vino después hubiese sido la mitad de lindo de lo que fue ese beso hoy tal vez no tendría nada que escribir, así que en algún punto le agradezco.
Nos besamos toda la noche, primero a un costado de la barra y después cerca de nuestros amigos. Yo no quería que nos vieran, no sé por qué, pero tampoco podía desprenderme, y él insistió con que lo hiciéramos. Eso a mí ya me desorganizó, que quisiera besarme delante de todos. Hay algo que me di cuenta más tarde y es que tengo una capacidad sorprendente para interpretar como acciones valiosas lo que en realidad son gestos vacíos que nada significan.
A la salida nos quedamos sentados en una esquina, a la gente le gusta mucho ranchar la calle cuando está drogada. Nuestros amigos planeaban seguirla en alguna casa, El Carpintero me dijo “nosotros nos vamos a otro tipo de after”, me agarró de la mano y me llevó a caminar. Hicimos gran parte del camino pateando, cuando llegamos al bajo nivel de Dorrego corrimos una carrera, gané, me subió a la baranda y nos besamos. Unos metros abajo pasaban autos borrachos a toda velocidad, un peligro sí. Pero los brazos enormes del carpintero me agarraban con toda su fuerza y yo con toda mi fuerza me agarraba con las piernas a la espalda del carpintero y nunca había tenido menos miedo y el peligro nunca había estado tan lejos. Después de eso nos tomamos un taxi y nos fuimos a casa porque ya era hora de hacer todo lo mismo estando a solas.
La verdad es que no me acuerdo cómo terminó el resto de esa noche. Supongo que en términos de lo que es un encuentro sexual tradicional no fue lo que se podía esperar, tomando como parámetro como nos besábamos y nos agarrábamos. Y así fue por seis meses. Con esto me refiero específicamente a que en todo el tiempo que duró nuestro desastre nadie nunca acabó. Un poco porque él esperaba que yo le enseñara y otro poco porque yo no pensaba enseñarle nada. Lo único que esperé todo ese tiempo fue que él hiciera lo que quisiera conmigo, que me use y me descarte y me cague a chirlos y me escupa y después quedar tirados los dos, uno al lado del otro, abrazados, con dificultad para respirar. Y él hizo todas esas cosas, pero siempre fuera del garche, nunca en el sentido morboso y divertido, y no todas literalmente. Que mala es casi siempre la interpretación del BDSM que hacen los varones. Sí coger con él hubiese sido la mitad de lindo de lo que fue besarlo hoy tal vez podría escribir una novela, pero nunca me hubiese podido recuperar. Así que en algún punto le agradezco.
Lo que vino después fue un poco más de lo mismo. Vernos mucho, casi siempre con amigos, casi nunca a solas, casi siempre drogados, muchas veces borrachos, casi nunca caretas. Y terminar todas esas veces chapando enredados en algún rincón pero no sabiendo cómo seguir desde ahí porque los dos estábamos paralizados por un miedo que, definitivamente no era mío, pero que tampoco yo pude calmar. Fueron meses de no salir de la cama, de estar encerrados uno arriba del otro, de no querer participar de nada en lo que él no esté involucrado. De odiar al mundo por fuera de esa habitación, lo cual es gracioso porque eran los únicos momentos en los que la pasaba bien. Era mejor cuando estaba sola o con mis amigas, era mejor por fuera de nosotros dos, era mejor cuando él no estaba. Y de todas maneras, todo ese tiempo lo único que hacía era pensar en él.
Antes de pasar al momento en el que lo rara que era toda la dinámica finalmente se evidencia de las maneras más torpes y vergonzosas, necesito terminar de explicarles cómo era El Carpintero a la hora de relacionarse. Básicamente uno de esos chabones que cuando arranca la cosa necesita aclararte que no te enganches, que vayas con cuidado, que él es un desastre. Advertencia que me rompe las pelotas, todos somos un desastre, la elegancia está en tratar de ser lo más cuidadoso posible con no cagarle la vida a los demás. ¿Por qué me avisas como si fuera responsabilidad mía? ¿Cómo si fuera yo la que tuviera que tener la delicadeza de andar con cuidado cerca tuyo para que no te derrumbes? Él no se involucraba, cogía con toda la ciudad pero no era capaz de ser vulnerable con nadie porque estaba roto. O eso quería que los demás creyeran.
Pero conmigo era distinto, se permitía ser blando. Incluso un día estábamos en mi cama besándonos y charlando de los que nos habían roto el corazón antes y de lo lindo que era a veces lo que pasaba entre nosotros y él se tuvo que ir corriendo al balcón a llorar solo, escondido de mi. Yo me quedé mirando desde la cama. Un poco asustada porque no sabía cómo ayudarlo, otro poco excitada porque de alguna manera había logrado que el carpintero impenetrable se ponga vulnerable conmigo. Un poco asustada, un poco excitada y completamente enamorada.
Pasamos los últimos días de ese año y los primeros del siguiente en el sur, en una casa increíble frente al lago con el resto de nuestros amigos. Imaginen un lugar en el que por veinte días viven 15 veinteañeros. Ahora sumen a eso una cantidad insólita de drogas. Cuando más o menos se hagan una idea agreguen todo tipo de confusiones vinculares y sexuales. La cosa es que en medio de ese delirio post adolescente estábamos El Carpintero y yo, más confundidos que nunca. O en realidad él estaba confundido, yo solo quería estar con él todo lo que pudiera. Es que el contexto se prestaba, podríamos habernos pasado el verano cogiendo en el medio del bosque, o nadando en pelotas en algún rincón del lago dónde no hubiera nadie. Pero bastante lejos de la romcom estuvo toda la secuencia, de hecho demasiado gasto en locaciones para lo flojos que estuvieron los guionistas. Que desperdicio.
Antes de la cena del 31 me llevó a charlar afuera de la casa, no me acuerdo realmente de qué hablamos pero parecía una de esas charlas importantes que establecen las bases de un vínculo. Creo que por eso no me acuerdo, porque mientras sucedía yo solo pensaba “Sí estamos teniendo esta charla es porque acá hay un vínculo”. Después de eso nos besamos un buen rato y ya a la madrugada, después de brindar con una pasti, no nos separamos prácticamente en toda la noche. Terminamos durmiendo juntos en un colchón en el piso del vestidor de la habitación principal, por supuesto sin ningúna hazaña sexual que valga la pena ser contada.
Al otro día me desperté y bajé a desayunar al deck con el resto de zombies anfetosos, que linda le queda la fisura a mis amigos. El Carpintero apareció un rato después, completamente vestido y con una mochila en los hombros y se despidió de todos. Dijo “Chau, me voy unos días”. A todos y a mí, a mí y a todos, a mí igual que a todos. “Chau, me voy unos días”. Antes del viaje él me había avisado que en el medio de nuestra estadía se iba a ir a Bariloche a encontrarse con una chica con la que salía. Ella era Chilena y después de eso se volvía a Santiago, así que era una especie de despedida. En un principio no me molestó en lo absoluto, era un vínculo que venía desde antes de que empiece lo nuestro así que no me parecía descabellado que se fuera a despedirla. Además estamos hablando del 2018, tener cualquier sentimiento parecido a los celos o algún tipo de deseo monogámico estaba muy mal visto. De verdad estaba todo bien, pero ¿Cómo vas a dormir conmigo y no despedirte antes? ¿Cómo vas a estar toda la noche jugando a ser mi novio y no decirme que al otro día te vas a ir? ¿Cómo vas a ser tan mierda de despedirte a lo lejos, como escapándote?
Ahí arrancaron los únicos cuatro días en los que la pasé realmente bien en todas las vacaciones. No lo digo de resentida, es completamente cierto. No solo disfruté mucho más cada momento de estar con mis amigos y sin El Carpintero, si no que además no pensaba en qué estaría haciendo él, ni me dolía imaginarlo con otra. Estaba contenta sin él, era innegable.
Y después volvió.
Nos encontramos en un cuarto, nos besamos un buen rato, me preguntó cómo había estado y le dije la verdad.
- La pasé muy bien…
- ¿No te molestó que me haya ido?
Ahora que me acuerdo me preguntaba muchas cosas con ese formato. “¿No te molesta que…?” Seguido de todo tipo de forradas que él no pensaba dejar de hacer ni yo pensaba responder con la verdad. La más común era “¿A vos no te molesta que yo esté con chicas?” Repetía mucho esa pregunta, prácticamente cada vez que nos veíamos. Incluso parecía buscar que me molestara. Y yo siempre respondía que no, no porque fuera cierto, si no porque no quería mostrarme molesta. Porque él me lo había avisado, “Yo soy así, no te enganches”. Entonces decía que no, y mentía. Pero en este caso realmente estaba bien así que fuí sincera.
- Para nada. Me molestó que no me lo hayas dicho antes de irte. Pero fuera de eso la pasé increíble. Prácticamente no me dí cuenta .
Quise sobrarlo, aprovechando que por primera vez yo tenía algo a mi favor. Él se había ido de luna de miel con otra delante mío y yo no lo había extrañado. Es más, había disfrutado. De alguna manera tenía que poder decirle “Yo también existo sin vos”, “A mí también se me puede pasar”, “Vos también podés sufrir por mí”. Ser yo la que diera una advertencia por lo menos una vez. Al pedo. No se puede estar por encima de alguien que te tiene regalada. Porque ahí él me destruyó con solamente un par de oraciones.
- Yo te extrañé. A mi me encanta estar con vos Tefi. La paso muy bien… - Imaginense a esta altura lo lista que estaba para encerrarme con él en una habitación el resto de las vacaciones y no ver a nadie más. Pero siguió hablando. - Lo que sí, no siento que me pase nada sexual. Ni que me vaya a pasar.
Hijo de puta.
De repente todo lo que no me había pesado los días anteriores ahora directamente me aplastaba. Todo lo que no lo pensé en cuatro días, lo pensé en menos de un minuto. Sí hasta entonces no lo había imaginado con otra, ahora podía verlos cogiendo delante mío. A ella le hacía todas las cosas que yo quería y mientras se las hacía me miraba a los ojos y me repetía “No me va a pasar”. Entonces la angustia y el enojo a la vez: ¿Qué mierda significa lo que me acabas de decir? ¿No te pasa “nada sexual”? Chapar como chapamos es más sexual que la mayoría de los garches de mi vida. Y de la tuya ni hablar. Y lo sabés. Y ni me hagas mencionar la forma en la que te chupé la pija, y lo mucho que te gustó.
No me acuerdo qué dije después. Ni siquiera sé si dije algo. Sólo me acuerdo que entonces empezó a llover y que por varios días no paró. El Carpintero no me habló en todo el tiempo que quedamos aislados por la lluvia. Ni siquiera me sostenía la mirada cuando nos cruzábamos. Básicamente me ghosteó en persona. Y en paralelo empezó a tirarle onda adelante mío y de forma obscena, a todas las chicas de la casa, incluso a algunas de mis mejores amigas.
En los últimos días del viaje, cuando ya había sol y ya no quedaba tanta gente en la casa, volvió a buscarme. Supongo que para esta altura yo ya estaba tan confundida que era capaz de aceptar cualquier condición que él pusiera. Sí él estaba apareciendo nuevamente, después de verme sentada en un sillón malflashando mientras lo veía intentando levantarse a N, por algo sería. Entonces lo tomé como vino, sin hacer demasiadas preguntas de por qué se había alejado.
Ahí finalmente sucedió, a nuestra manera, la luna de miel que yo había estado esperando. Hicimos de uno de los cuartos nuestro antro y ahí dormimos juntos todas las noches que quedaban. Una de esas noches hablamos de los días que habían pasado, Me dijo que había necesitado esa distancia porque estábamos conviviendo, para que la situación no se vuelva rutinaria y aburrida. Pero que de todas maneras me había extrañado. Yo elegí creerle, aunque no le creía. Me dijo también que las tardes en el lago, aprovechaba los anteojos de sol para mirarme sin que me diera cuenta. Aunque yo ya sabía eso, siempre se cuando alguien me está mirando. Ahí entendí que esa era la diferencia fundamental entre nosotros: yo no necesito esconderme para mirar a nadie, por el contrario si te estoy clavando la mirada espero que te des cuenta y que vos también me la sostengas. Cuando pude ver eso algo de lo que pasaba dejó de importarme tanto, no podía estar en el paraíso sufriendo porque a alguien le daba miedo gustar de mí. No podía estar gustando tanto de alguien con tan poco criterio.
La vuelta a Buenos Aires fue deprimente, en parte por estar de nuevo en la ciudad, en parte por el bajón químico postergado por semanas, en parte porque ya estaba completamente despersonalizada. Por suerte cuando estoy muy triste me resigno y cuando me resigno veo todo en perspectiva. Desde el desgano de estar deprimida en enero, El Carpintero no me gustaba tanto, nuestra historia me parecía un desastre y no me importaba que se terminara.
Los meses que siguieron fueron bastante parecidos y nada vale mucho la mención. Supongo que el intento de sostener ese desgano empezó a funcionar hasta que realmente dejó de importarme y fuí capaz de irme. La noche del cumpleaños de S fuimos a una fiesta. Él como siempre me insistía para que yo estuviera con otros chicos, yo como nunca le hice caso y, aunque solo quería estar con él, besé a cada gil que se me acercó. Él también estuvo con alguien y después me volvió a preguntar:
- ¿No te molesta que esté con chicas?
- No, y deja de preguntármelo. ¿Qué pasaría si te respondo que sí?
- Tendríamos un problema.
- Entonces dejá de buscar el problema.
Y me fuí, y seguí bailando. En esta ocasión era completamente cierto, lo había visto y no me importaba. Tal vez ya ni siquiera me importaba él. El intento había funcionado y ahora podía hacer otro intento más: “¿Qué pasa sí esta noche no le doy bola? ¿Sí no lo busco? ¿Sí dejo de estar a su disposición?” Y no pasó nada. Esa fue la última noche que estuvimos juntos. Nunca más nada, ni siquiera una conversación al respecto. Yo me alejé en silencio esperando una reacción y supongo que a él le vino bien mi distancia para sacarme de encima.
Después pasaron algunas otras cosas, pero creo que hoy prefiero cortar acá. Ya estuve revolviendo demasiado y me parece que no hace falta abrir mucho más para que se entienda lo poco que hace falta para romperme. Como dije al principio de esta entrega, hace algunas semanas me lo crucé, él iba en bici y yo caminando. Sentí que alguien atrás mío me clavaba la mirada, siempre sé cuando alguien me clava la mirada. Era el Carpintero por supuesto, él no se había dado cuenta de que era yo de espaldas y me miró como debe mirar a cualquier chica linda que se cruza en la calle. Cuando me reconoció se puso pálido y aceleró, yo sonreí. Que loco darse cuenta de que una también puede ser el fantasma de alguien más.
Desde el encuentro me quedé pensando en todas las cosas que me quedaron por decirle, hasta incluso pensé en escribirle para tener la charla de cierre que nunca nos dimos. Pero en seguida descarté esa idea y decidí que, ya que iba a hablar de él acá, podía también hablarle a él para decirle todo lo que me quedó pendiente, sin que necesariamente me escuche.
Así que eso voy a hacer a continuación, hablarle a El Carpintero. Nadie está obligado a leerlo, pero tampoco se los voy a prohibir. Haganlo a conciencia sabiendo que se están adentrando en un terreno muy íntimo y, como tal, probablemente esté cargado de momentos que disparen altos niveles de verguenza ajena.
(La carta en la parte 2)